La Virgen de Guadalupe en Conquista del Viejo Mundo
  Tercera Aparición
 
Tercera Aparición



El Tio Moribundo 

Llegó la mañana siguiente, lunes, cuando Juan Diego debería llevarle alguna señal suya para ser creído, pero no regresó, porque cuando llegó a su casa, su tío, de nombre Juan Bernardino, había caído enfermo, su estado era grave Juan Diego abrumado por no haber asistido al compromiso con la reina del Cielo y también por la gravedad de su tío todo el día buscó médicos, Juan Diego, hizo todo lo que pudo, pero ya no había tiempo, su tío estaba muy grave. 

Al anochecer, le rogó su tío que, todavía de noche, antes del alba, fuera a Tlaltelolco y buscara a algún sacerdote para confesarse, porque estaba seguro que la hora de morir, que ya no habría de levantarse, que ya no sanaría. 

Juan Diego salió de su casa a llamar al sacerdote en Tlatelolco ese martes, todavía en plena noche, cuando estuvo cerca del cerrito Tepeyac, a su pie, donde sale el camino, hacia el lugar donde se pone el sol, donde antes él pasara, se dijo así mismo: 

- Seguiré de frente por el camino, no vaya a ser que me vea la noble Señora, porque como antes me hará el honor de detenerme para que lleve la señal al Jefe de los Sacerdotes, conforme a lo que se dignó mandarme. 

- Que por favor primero nos deje resolver nuestra aflicción, que pueda ir rápido a buscar el sacerdote. 

Mi tío no hace sino estar aguardándolo. Dio la vuelta al monte por la falda, subió a la otra parte, por un lado, hacia donde sale el sol, para llegar rápido a México, para que no lo detuviera la Reina del Cielo. Imaginaba que por dar allí la vuelta, de plano no iba a verlo aquella cuyo amor hace que absolutamente y siempre nos esté mirando. Pero para su sorpresa la vio bajando de lo alto del montecito, desde donde se había dignado estarlo observando, allá donde desde antes lo estuvo mirándolo. 

Salió a su encuentro de lado del monte, vino a cerrarle el paso, dulcemente le preguntó: -
 
Qué hay, Hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas? ¿A quien buscas? Él apenado, avergonzado por no haber asistido a la cita con la Reina del Cielo; se postró, ante su presencia con gran respeto la saludó: 

- Mi Virgencita, Hija mía la más pequeña y amada, mi Reina, ojalá estés contenta; ¿Cómo amaneciste? Señora mía, mi Niñita adorada; causaré pena a tu venerado rostro, a tu amado corazón: Por favor, toma en cuenta, Virgencita mía, que está muy grave un siervo tuyo, es un tío mío; la terrible enfermedad se ha asentado en él, por lo que no tardará en morir. 

Así que ahora tengo que ir urgentemente a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados siervos de nuestro Señor, que tenga venga a confesarlo, aunque voy a cumplir con este pendiente, en cuanto termine, regresaré aquí para ir a llevar tu venerable deseo, tu amada palabra, Señora, Virgencita mía. Por favor, ten la bondad de perdonarme, de tenerme paciencia. No te engaño, Hija mía la más pequeña, mi adorada Princesita, porque lo primero que haré mañana será venir a toda prisa La reina del Cielo, escuchó atentamente la palabra de Juan Diego, tuvo la gentileza de responderle la venerable y piadosísima Virgen: 

- Por favor presta atención a esto, ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más pequeño de mis hijos: No temas, no te aflijas que no se altere tu rostro ni tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni a ninguna otra enfermedad o dolor entristecedor.¿Acaso no estoy yo aquí, yo que soy tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun necesitas alguna otra cosa? que nada te angustie, te perturbe, que no te aflija la enfermedad de tu tío, de ninguna manera morirá ahora. Te aseguro que ya sanó, (exactamente en ese preciso momento, sanó su honorable tío, como después se supo). 

LAS FLORES


J

uan Diego, escuchó el divino aliento, la amada palabra de la Reina del Cielo, sintió un gran consuelo, su corazón recuperó la paz. Él rogó instantemente que tuviera a bien enviarlo de mensajero para ver al Obispo y mostrarle la señal, eso comprobaría sus palabras y de esa manera el obispo no dudaría más de él.

La Reina del Cielo le mando subir hasta la cima del cerro, allí donde antes había aparecido desde la primera vez. Le pidió diciendo:
-Sube, Hijito mío a la cima del cerro, donde me viste y te encomendé esta misión.
- Allí verás que están sembradas diversas flores: Córtalas, reúnelas, ponlas juntas; luego bájalas, y aquí ante mí tráemelas.

Juan Diego subió al cerro y al alcanzar la cumbre, quedó mudo de asombro ante las variadas, excelentes, maravillosas flores, todas extendidas, cuajadas de capullos botones, cuando todavía no era su tiempo de darse. En esa época del año entonces las heladas eran muy fuertes. Su perfume era intenso, y el rocío de la noche como que las cuajaba de perlas preciosas.

Recortó  todas tal como lo pidió la hermosa Reina del Cielo; las juntó, llenó con ellas el hueco de su tilma. Juan Diego, no salía de su asombro, todos sabían que en la cima del cerro era lugar donde se dieran flores, porque lo que hay en abundancia son riscos, abrojos, gran cantidad de espinas, de nopales, de mezquites; y si algunas hierbezuelas llegan a darse, entonces era el mes de diciembre, un mes con una temperatura muy baja; en la que todo lo devora, lo aniquila el hielo.

Bajó trayendo a la Reina del Cielo las diversas flores que le había ido a cortar, y Ella, al verlas, las tomó con sus delicadas manitas y volvió a colocárselas en el hueco de su tilma. A la vez que le expresaba a Juan Diego:

-Hijito mío, el más pequeño de mis hijos; estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al Obispo de parte mía le dirás que por favor vea en ella mi deseo, y con eso consuma mi deseo, mi voluntad. ¡ Y tú... tú eres mi enviado, puesto que en ti pongo toda mi confianza. Y con toda firmeza te ordeno que sólo frente al Obispo despliegues tu tilma y le muestres lo que llevas. Y le relatarás con todo detalle cómo yo te pedí que subieras al cerro a cortar las flores, y todo lo que viste y admiraste; esto conmoverá el corazón al Obispo para que interceda y se construya mi templo que he pedido.

Al despedirse de la Reina del Cielo, decidió tomar la calzada que viene derecho a México, Juan Diego, se sentía feliz, alegre; experimentaba emociones tan difíciles de describir,  y a así llega, rebosante de dicha su corazón, porque esta vez todo saldrá bien, lo desempeñará bien
Con exquisito cuidado guarda lo que trae en el hueco de su tilma, no vaya a ser que alguna se le caiga. Juan Diego se siente extasiado por el perfume de las flores, tan diferentes y maravillosas.
 

 

 

 

 
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