La Virgen de Guadalupe en Conquista del Viejo Mundo
  Segunda Aparición
 
 


Segunda Aparición 


Juan Diego, salió decepcionado, desanimado y triste porque su petición no se cumplió como él esperaba. Regresó, poco después, al caer la tarde/noche, tomó el camino directo a la cumbre del cerrito, nuevamente se reencontró con la Reina del Cielo, allí precisamente donde por primera vez la había visto, entonces ya lo estaba esperando. Apenas la miró, se postró en su presencia, se arrojó por tierra, afligido le dijo 

- Dueña mía, Señora, Reina, Hijita mía la más pequeña, mi Virgencita, fui allá donde tú me enviaste como mensajero, fui a cumplir tu anhelada petición, tu amable palabra; aunque muy difícilmente, entré al lugar del estrado del Jefe de los Sacerdotes. Lo vi, en su presencia expuse tu venerable deseo, tu amada palabra, tal como tuviste la bondad de expresármelo. - 

Me recibió y me escuchó amablemente, pero, por la manera como me respondió, su corazón no quedó satisfecho, no cree que lo que digo es cierto. 

- Me expresó: Otra vez vendrás, aún con más calma te oiré, muy aun desde el principio examinaré la razón por la que has venido, tu deseo, tu voluntad. 

- Me di perfecta cuenta, por la forma cómo me contestó, que piensa que el templo que tú te dignas concedernos el privilegio de edificarte aquí, quizá es mera invención mía, que tal vez no es de tus venerados labios. por lo que, te ruego, Señora mía, mi Reina, mi Virgencita, que elijas a alguno de los ilustres nobles, que sea conocido, respetado, honrado, a él le concedas que se haga cargo de tu noble deseo, de tu preciosa palabra para que sea creído; porque yo en verdad no valgo nada, soy tan humilde, no es mi camino ni mi paso allá donde te dignas enviarme, Virgencita mía, hijita mía la más pequeña, Señora, Reina. por favor, perdóname: afligiré tu venerado rostro, tu amado corazón. Iré a caer en tu justo enojo, en tu digna cólera, Señora, Dueña mía. Sin embargo la siempre gloriosa Virgen tuvo la afabilidad de responderle: 

- Escucha, hijito mío el más pequeño, ten por seguro que no son pocos mis servidores, mis embajadores mensajeros a quienes podría confiar que cumplieran mi deseo, mi palabra, que ejecutaran mi voluntad; mas es indispensable que seas precisamente tú quien gestione, que sea totalmente por tu intervención que se lleve a cabo mi voluntad; por eso te pido, te ruego, hijito mi consentido, y con firmeza te mando, que mañana vayas otra vez a ver al Obispo y de mi parte adviértele, déjale muy claro muy claro mi voluntad, de edificar mi templo; comunícale otra vez yo, la siempre Virgen María, la Venerable Madre de Dios, allá te envío de mensajero. 

Juan Diego  se dirigió con reverencia hacia la Reina del Cielo: 

- Señora mía, Reina, Virgencita mía, ojalá que no aflija yo tu venerable rostro, tu amado corazón; iré con mucha alegría para cumplir tu deseo, voy ciertamente a poner en obra tu amada palabra; de ninguna manera me permitiré dejar de hacerlo, ni considero penoso el camino; iré, pues, desde luego, a poner en obra tu venerable voluntad, pero bien puede suceder que no sea favorablemente oído, o, si fuere oído, quizá no seré creído; pero mañana, cuando se ponga el sol, vendré a devolver a tu venerable aliento, a tu amada palabra lo que me responda el Jefe de los Sacerdotes - Ya me despido, hijita mía la más pequeña y amada, Virgencita mía, Señora, Reina, por favor, quédate tranquila Y, acto continuo, él se fue a su casa a descansar.

Segundo encuentro con el obispo Zumarraga 


Al día siguiente, Domingo, muy de madrugada, cuando todo estaba aún muy oscuro, Juan Diego partió de su casa hacia Tlaltelolco: viene a aprender las cosas divinas, a ser pasado en lista; luego a ver al Gran Sacerdote. 

Dieron las 10:00 am aproximadamente; había ido a Misa, había pasado lista, se había dispersado toda la gente. 

Juan Diego, luego se dirigió al palacio del Señor Obispo; tan pronto como llegó, hizo todo lo posible para entrevistarse con el señor Zumarraga obispo de México, y con mucha insistencia lo logró. 

Se hinca, suplica, se pone triste, mientras le expone el divino deseo, de la Reina del Cielo, para ver si al fin era creída la petición, y obedecida la voluntad de la Perfecta Virgen, tocante a que, le levanten, su templo donde señaló. 

El Señor Obispo le formuló muchas preguntas, le examinó, para que bien en su corazón para cerciorarse dónde fue a verla, qué aspecto tenía. Todo lo narró al Señor Obispo, sin omitir ni un solo detalle; sin embargo aunque absolutamente todo se lo describió, hasta los más mínimos detalles, y que en todas las cosas vio, se asombró porque clarísimamente aparecía que Ella era la perfecta Virgen, la venerable, gloriosa y preciosa Madre de nuestro Salvador Jesucristo, antes de aceptar, el obispo necesitaba estar muy seguro, así que le comentó a Juan Diego que no nada más por su palabra, se ejecutaría su petición, que era todavía indispensable una señal, una prueba para que poder creerle que era precisamente Ella, la Reina del Cielo, quien se dignaba enviarlo de mensajero. 

Al terminar de hablar el obispo, Juan Diego dijo respetuosamente al Obispo:
 
- Señor Gobernante, por favor sírvete ver cuál será la señal que tienes a bien pedirle, pues en seguida me pondré en camino para solicitársela a la Reina del Cielo, que se dignó elegirme como su mensajero. 

La firmeza con la que se expresaba Juan Diego, le daba confianza al Obispo confirmándole que no mentía, desde su primera reacción en nada titubeaba o dudaba, luego se despidieron; apenas hubo salido, luego ordenó a algunos criados, en quienes tenía gran confianza, que fueran detrás de él, que cuidadosamente lo espiaran a dónde iba, y a quién veía o hablaba. 

Y así lo hicieron. Juan Diego se dio prisa, caminando por la calzada; sin que él se diera cuenta lo siguieron, pero allí donde sale la barranca, cerca del Tepeyac, por el puente de madera, lo perdieron de vista, y por más que por todas partes lo buscaron, ya en ningún lugar lo vieron no pudiendo optar más que por regresar; ese hecho los enfadó en gran manera; sintieron furia y frustración y producto de esa ira que sentían, insistieron con el Señor Obispo, influyeron con intrigas para que no creyera a Juan Diego, conspiraron con mentiras como que Juan Diego lo que hacía era sólo engañarlo deliberadamente, que era mera ficción lo que hablaba, o bien que sólo lo había soñado, sólo imaginado en sueños lo que decía, lo que solicitaba. 

Juntos conspiraron con una serie de intrigas y acordaron que si Juan Diego regresaba, allí lo atraparían para castigarlo duramente para que no volviera a intentar historias ni fantasías, ni alborotando a las personas. 

Entre tanto el buen e inocente Juan Diego estaba en la presencia de la Santísima Virgen, comunicándole la respuesta que venía a traerle de parte del Señor Obispo. 

La Gran Señora y Reina le respondió: -Así está bien, Hijito mío el más pequeño, mañana de nuevo vendrás aquí para que lleves al Gran Sacerdote la prueba, la señal que te pide, con esa prueba te creerá, y y no desconfiará más de ti ni de ti sospechará mentira alguna. 

Ten plena seguridad, Hijito mío predilecto, que yo te pagaré tu cuidado, tu servicio, tu cansancio que por amor a mí has prodigado, mañana aquí con sumo interés habré de esperarte. 



 
  Hoy habia 13 visitantes¡Aqui en esta página!  
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis